
Ayer en la noche, muy tarde ya, conversé por messenger con una amiga muy especial luego de mucho tiempo. Yo me encontraba muy cansada, había pasado un día entero de trabajo duro y aún tenía cosas que hacer para presentar hoy día a las 7am. Sin embargo, todo mi ser me impedía decirle “Claudia, sabes, estoy muy ocupada y exhausta, otro día hablamos”. Y es que Claudia es mi gran amiga, aunque la vida nos haya llevado por caminos distintos y nos haya alejado. Es como la canción de Presuntos Implicados que dice “Cómo hemos cambiado. Qué lejos ha quedado aquella amistad”.
A Claudia la conocí hace cuatro años, cuando estudiábamos francés. Ella era una persona muy diferente a mi. Desde la clase de infancia que habíamos tenido, los colegios en los que habíamos estudiado, nuestros intereses profesionales, nuestro punto de vista sobre el amor, la vida, ...; hasta el hecho de que yo soy omnívora y ella era vegetariana. Un sinnúmero de diferencias que no valían nada a comparación de aquella conexión especial que había surgido entre nosotras. Tal vez ella fue para mi la hermana que nunca tuve.
Ella fue a la amiga a quien le pude confiar algún rinconcito de mi corazón que nunca antes había compartido. Con ella conversé de temas tontos y banales, y también sobre aquello realmente importante. Ella me contaba lo que le sucedía y yo hacía lo mismo. Muchas veces estuvimos en desacuerdo pero nunca lo suficiente como para romper aquella amistad.
Así pasaron cerca de tres años. Pero ambas caminabamos por nuestras propias vidas, nuestros propios rumbos. Terminamos todos los cursos de francés y dejamos de vernos. Solíamos comunicarnos, pero la vida fue llenándose de ocupaciones y el contacto fue diminuyendo. Yo continué por el mismo camino, ella cambió de dirección.
Hace poco nos pusimos al día de nuestras vidas. Ella se había casado y ahora vive algo cerca de mi casa junto con su esposo. Dejó de ser vegetariana para incluir en su dieta carnes blancas y ahora piensa su futuro en pareja.
Ayer que conversamos algunos minutos por messenger, la sentí tan cerca como hace algunos años atrás. Tan amiga mía, tan hermana. No pude evitar reconocer que me hace falta, que la extraño muchísimo y que añoro aquella amistad. Sé que no se rompió, eso nunca sucederá. Pero ya no es lo mismo.
Este post se lo dedico a ella, a Claudia, quien recién ayer se enteró de la existencia de La Flor del Jacarandá. Conversamos sobre algunos de mis posts, y ahora escribo uno en su nombre. Para mi gran amiga, mi cómplice, mi hermana.
A Claudia la conocí hace cuatro años, cuando estudiábamos francés. Ella era una persona muy diferente a mi. Desde la clase de infancia que habíamos tenido, los colegios en los que habíamos estudiado, nuestros intereses profesionales, nuestro punto de vista sobre el amor, la vida, ...; hasta el hecho de que yo soy omnívora y ella era vegetariana. Un sinnúmero de diferencias que no valían nada a comparación de aquella conexión especial que había surgido entre nosotras. Tal vez ella fue para mi la hermana que nunca tuve.
Ella fue a la amiga a quien le pude confiar algún rinconcito de mi corazón que nunca antes había compartido. Con ella conversé de temas tontos y banales, y también sobre aquello realmente importante. Ella me contaba lo que le sucedía y yo hacía lo mismo. Muchas veces estuvimos en desacuerdo pero nunca lo suficiente como para romper aquella amistad.
Así pasaron cerca de tres años. Pero ambas caminabamos por nuestras propias vidas, nuestros propios rumbos. Terminamos todos los cursos de francés y dejamos de vernos. Solíamos comunicarnos, pero la vida fue llenándose de ocupaciones y el contacto fue diminuyendo. Yo continué por el mismo camino, ella cambió de dirección.
Hace poco nos pusimos al día de nuestras vidas. Ella se había casado y ahora vive algo cerca de mi casa junto con su esposo. Dejó de ser vegetariana para incluir en su dieta carnes blancas y ahora piensa su futuro en pareja.
Ayer que conversamos algunos minutos por messenger, la sentí tan cerca como hace algunos años atrás. Tan amiga mía, tan hermana. No pude evitar reconocer que me hace falta, que la extraño muchísimo y que añoro aquella amistad. Sé que no se rompió, eso nunca sucederá. Pero ya no es lo mismo.
Este post se lo dedico a ella, a Claudia, quien recién ayer se enteró de la existencia de La Flor del Jacarandá. Conversamos sobre algunos de mis posts, y ahora escribo uno en su nombre. Para mi gran amiga, mi cómplice, mi hermana.