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jueves, 17 de setiembre de 2009

Aquella Amistad


Ayer en la noche, muy tarde ya, conversé por messenger con una amiga muy especial luego de mucho tiempo. Yo me encontraba muy cansada, había pasado un día entero de trabajo duro y aún tenía cosas que hacer para presentar hoy día a las 7am. Sin embargo, todo mi ser me impedía decirle “Claudia, sabes, estoy muy ocupada y exhausta, otro día hablamos”. Y es que Claudia es mi gran amiga, aunque la vida nos haya llevado por caminos distintos y nos haya alejado. Es como la canción de Presuntos Implicados que dice “Cómo hemos cambiado. Qué lejos ha quedado aquella amistad”.

A Claudia la conocí hace cuatro años, cuando estudiábamos francés. Ella era una persona muy diferente a mi. Desde la clase de infancia que habíamos tenido, los colegios en los que habíamos estudiado, nuestros intereses profesionales, nuestro punto de vista sobre el amor, la vida, ...; hasta el hecho de que yo soy omnívora y ella era vegetariana. Un sinnúmero de diferencias que no valían nada a comparación de aquella conexión especial que había surgido entre nosotras. Tal vez ella fue para mi la hermana que nunca tuve.

Ella fue a la amiga a quien le pude confiar algún rinconcito de mi corazón que nunca antes había compartido. Con ella conversé de temas tontos y banales, y también sobre aquello realmente importante. Ella me contaba lo que le sucedía y yo hacía lo mismo. Muchas veces estuvimos en desacuerdo pero nunca lo suficiente como para romper aquella amistad.

Así pasaron cerca de tres años. Pero ambas caminabamos por nuestras propias vidas, nuestros propios rumbos. Terminamos todos los cursos de francés y dejamos de vernos. Solíamos comunicarnos, pero la vida fue llenándose de ocupaciones y el contacto fue diminuyendo. Yo continué por el mismo camino, ella cambió de dirección.

Hace poco nos pusimos al día de nuestras vidas. Ella se había casado y ahora vive algo cerca de mi casa junto con su esposo. Dejó de ser vegetariana para incluir en su dieta carnes blancas y ahora piensa su futuro en pareja.

Ayer que conversamos algunos minutos por messenger, la sentí tan cerca como hace algunos años atrás. Tan amiga mía, tan hermana. No pude evitar reconocer que me hace falta, que la extraño muchísimo y que añoro aquella amistad. Sé que no se rompió, eso nunca sucederá. Pero ya no es lo mismo.

Este post se lo dedico a ella, a Claudia, quien recién ayer se enteró de la existencia de La Flor del Jacarandá. Conversamos sobre algunos de mis posts, y ahora escribo uno en su nombre. Para mi gran amiga, mi cómplice, mi hermana.

martes, 1 de setiembre de 2009

Sola al Volante


Ocurrió el miércoles pasado al medio día. Estaba en mi casa, estudiando para un examen que me tocaría más tarde. Decidí ir a nadar. Noté que ya no tenía reacondicionador ni jabón. Así que fui a la farmacia, a una de las que quedan cerca de mi casa. Ya casi estando de vuelta, llamé a mi papá que se encontraba en el trabajo y le dije: “Papá, voy a ir a nadar. ¿Puedo ir yo sola?”. Él me dijo “Claro”, pero yo expliqué “Yo sola en el carro”, a lo que él respondió “Claro que sí”.

Y es que a pesar de contar con licencia para matar, perdón, licencia para conducir desde hace algunos meses, nunca antes había tenido la “osadía” de conducir yo sola. Supongo que en parte porque recién estaba acostumbrándome a la camioneta (muy alta por cierto) que me correspondería conducir, y también porque el tráfico de Arequipa está cada día peor; así que quería asegurarme de aprender algunos truquillos antes de enfrentarme a ticos y combis imprudentes, peatones con alma suicida o mente descuidada (o ambas), semáforos ubicados con mal criterio, policías algo (o muy) desorientados, “by passes” con crucero peatonal al final,… en fin, con innumerables obstrucciones que harían de mi vida como conductora una experiencia que podría ser calificada de cualquier cosa, menos de aburrida.

Regresando al miércoles pasado. Preparé mi mochila con todo lo necesario y me dispuse a emprender mi pequeña aventura automovilística que no duraría más de cinco minutos. Mi mamá había llegado a la casa, así que se ofreció muy insistentemente en ayudarme con la puerta del garaje y en guiarme para salir de la casa. Antes de subir al asiento del conductor me dijo “Persígnate tres veces”. Esta vez le hice caso sin chistar. Y luego me pidió “Me llamas apenas llegues al Inter”.

El camino de ida no tuvo mayores inconvenientes que los de costumbre. El que encabeza la lista es un semáforo que recientemente colocaron al finalizar una callecita angosta por la que casi nunca pasan carros, pero sí en la transversal. Por suerte no hubieron muchos carros queriendo ir por la transversal, así que rápidamente salí de ahí. Llegué al club, entré, llegué a la piscina, estacioné, bajé, puse la alarma, llamé a mi mamá y a nadar. De regreso, la misma historia sólo que en reversa.

Ya cuando estaba a media cuadra de mi casa, divisé la puerta del garaje abierta de par en par. Ya estaba ahí la otra camioneta, signo indiscutible de que mi papá estaba en casa. Así que me dispuse a ingresar. Mi papá salió presuroso para dirigirme ya que es un poco complicado hacer entrar a dos vehículos de tal anchura. Cuando ubiqué correctamente el vehículo, lo apagué y bajé. Mi papá se paró cerca de la puerta y luego me abrazó. Mi mamá hizo lo mismo cuando ingresé a la casa.

Supongo que a mis 21 años puede parecer algo exagerado todo lo acontecido por el simple hecho de salir en el auto sin compañía. Pero a mi me gustó. No sé. Creo que me sentí querida y protegida por mis padres, que siempre estarán pendientes de mi, ya sea aquí o yo estando lejos de ellos, creciendo y volando como todos lo hacemos.

Así que espero que lo ocurrido el miércoles se repita. Muchas salidas en auto y mucho amor de mis padres. En realidad, estoy cien por ciento segura de que se repetirá.